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Hay 21 herederos de los saberes ancestrales de Santa Ana de Velasco, de sus tejidos hechos a mano. La mayoría son mujeres y, entre ellas, bendito es el varón de 24 años que quiso aprender a tejer como lo hacían sus antepasados. De entre todos, el más pequeño tiene ocho años y el más grande, 54. Todo es fruto del Proyecto Viste Santa Ana, impulsado por el diseñador de moda, convertido en gestor cultural, Luis Daniel Ágreda
Este singular grupo de artesanos tomó los conocimientos de Lorenza Soriocó, una de las pocas personas que recordaban cómo elaborar tejidos en el telar vertical. Ágreda y su equipo la habían contactado para recuperar la técnica, compartirla con otros lugareños y que, con los productos que elaboren, se genere un movimiento económico que les sirva de sustento. El próximo 18 de enero, en la Casa de la Cultura, su trabajo se mostrará aplicado en moda, joyería, muebles, marroquinería y otras aristas del diseño.
Asimismo, se dieron talleres dictados por la artista plástica Wara Cardozo, la gestora cultural Viviana Akamine y el impulsor del proyecto, Luis Daniel Ágreda. El primer curso fue sobre la combinación de hilos de colores, lo que causó entusiasmo entre los asistentes por ser la primera vez que veían tantas tonalidades. Cardozo hizo un paseo por la estética de los tonos que representan al pueblo de Santa Ana de Velasco y cada participante construyó su propio set de trabajo conformado por un muestrario de colores, además de varias paletas que aplicarán a sus producciones.
“El primer paso fue introducir al grupo con el tejido, porque prácticamente los participantes no sabían tejer”, refiere Cardozo, que llevó a sus clases telares portables diseñados por ella misma. “Había que hacerlo; tener un telar vertical de los que se usan tradicionalmente es muy difícil y costoso. Entonces, unos pequeños, para transportar en viajes, en la casa o cualquier parte eran los ideales para aprender”. La artista cuenta que al principio Soriocó no estaba convencida de que fueran a funcionar, pero pronto se dio cuenta que con muchas cosas se podía tejer. Era cuestión de abrir la mente y ponerse manos a la obra.
Fue en el taller de urdimbres y tramas que Lorenza Soriocó fungió de maestra. La septuagenaria llevaba más de una década sin tejer a mano, pese a que aprendió el oficio a los 12 años. “Solo lo hacía con mi maquinita; le hice blusas y vestidos chiquitanos a mis nietas”, indica, complacida al ver que sus alumnos han tomado bien sus clases. Cardozo dice que se “chiparon” muchas veces, pero que eso era parte del proceso de aprendizaje.
La tercera capacitación tuvo números de por medio y estuvo en manos de Viviana Akamine. Ágreda recuerda a una tejedora que derrochando felicidad le consultó cuánto podría cobrar por un bolso que hizo y que ya tenía a una persona interesada en adquirirlo. Para tener una respuesta a este tipo de interrogantes fue que se instruyó sobre cómo calcular el costo de producción de los productos y el precio de venta justo. Además, se proporcionaron herramientas básicas de administración.
Finalmente, Luis Daniel Ágreda dio el curso sobre aplicación de tejidos originarios en indumentos y complementos. Se abordó la importancia de entender las formas, los patrones en la vestimenta y el potencial que tienen para dar valor agregado. “Es esencial que ellos sepan que su trabajo vale; que el tiempo que le dedican a cada una de sus creaciones tiene su costo”, dice.
Todo el material utilizado fue puesto por los facilitadores del proyecto. Pero, ¿por qué no tejieron con hilos hechos por ellos mismos? Ágreda cuenta que dejaron de elaborar sus propios hilos de algodón hace muchos años, justo cuando dejaron de tejer. Hacerlos nuevamente significaría hacer el trabajo comunitario de sembrar, cosechar e hilar, se proyecta que orgánicamente vuelvan a recuperar ese proceso, es un ejercicio que irán haciendo con el pasar del tiempo.
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