En tiempos de crisis, las democracias enfrentan no solo desafíos económicos o institucionales, sino también ataques más sutiles y corrosivos: los que
En tiempos de crisis, las democracias enfrentan no solo desafíos económicos o institucionales, sino también ataques más sutiles y corrosivos: los que provienen de la especulación, la desinformación y el rumor. En Bolivia, esta lógica ha comenzado a reemplazar el debate político serio, convirtiendo las redes sociales en tribunales del chisme y a ciertos comunicadores en instrumentos de manipulación. En este escenario, sectores liberales y actores políticos oportunistas han encontrado terreno fértil para imponer agendas de entrega del Estado bajo el disfraz de modernización, alimentando un clima de incertidumbre que erosiona la confianza pública y pavimenta el camino hacia la privatización encubierta. Este artículo examina cómo el uso deliberado del rumor no solo daña la institucionalidad democrática, sino que además sirve como punta de lanza para un proyecto de país subordinado a intereses foráneos.
En Bolivia, la política ha dejado de sustentarse en hechos y argumentos para basarse peligrosamente en rumores, especulaciones y chismes amplificados por comunicadores irresponsables. Un ejemplo reciente es el pronunciamiento de la comunicadora Sayuri Loza, quien replicó un supuesto comentario de la expresidenta del Senado y actual alcaldesa de El Alto, Eva Copa. Según Loza, Copa le habría confiado que no habría elecciones en Bolivia, en el marco de un presunto “encuentro” donde se estaría negociando la entrega del país al Fondo Monetario Internacional. Este episodio refleja con crudeza el nivel de degradación que ha alcanzado el debate público en nuestro país.
No se trata de un hecho aislado. La instrumentalización del rumor como herramienta de poder es una estrategia sistemática: se lanzan globos de ensayo en redes sociales, se construyen realidades ficticias, y se socava la credibilidad de cualquier esfuerzo soberano por mantener el control del Estado sobre sectores estratégicos. Mientras tanto, se teje una narrativa peligrosa que presenta la crisis económica como excusa para vender las empresas públicas a capitales extranjeros. Ya hay sectores liberales que se frotan las manos ante esa posibilidad.
La gravedad de la situación no radica solo en las voces que propagan estos relatos, sino en los actores políticos que les dan sustento. La alianza tácita entre Andrónico Rodríguez —pupilo de Evo Morales— y figuras como Doria Medina, Carlos Mesa o Luis Fernando Camacho ha derivado en un sabotaje legislativo sin precedentes. Su bloqueo sistemático de créditos, su oposición a leyes clave como la Ley del Oro (que tardó más de dos años en aprobarse), y su boicot a la Séptima Disposición del Presupuesto General del Estado 2025, han provocado un daño real y directo al bolsillo de los bolivianos.
Este sabotaje económico no es casual. Generar descontento económico es el primer paso para justificar políticas privatizadoras. Una vez debilitado el Estado, los liberales buscan dar el zarpazo: vender empresas públicas, desmontar la soberanía económica y abrir las puertas a intereses transnacionales, disfrazando el entreguismo con el ropaje de la “modernización”.
Pero Bolivia no necesita venderse para salir adelante. El camino no es la entrega, sino la consolidación de un modelo productivo propio. La industrialización de nuestros recursos naturales, la reinversión estratégica en hidrocarburos y minería, el impulso a industrias clave como la química básica y la producción de insumos agropecuarios, son vías reales para generar divisas, crear empleo y fortalecer nuestras reservas internacionales.
Enfrentar al dólar paralelo no se logrará con recetas fondomonetaristas, sino con soberanía económica y visión de largo plazo. Bolivia tiene el potencial de sostenerse sobre sus propios pies. Lo que necesita es determinación política, comunicación honesta y un pueblo informado que no caiga en las trampas del rumor ni del oportunismo.
El verdadero golpe a la democracia no es ideológico: es el que viene disfrazado de chisme, disfrazado de consenso, disfrazado de crisis.
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