En tiempos de turbulencia económica global, el manejo de la deuda externa es uno de los indicadores más claros para evaluar la salud financiera de un
En tiempos de turbulencia económica global, el manejo de la deuda externa es uno de los indicadores más claros para evaluar la salud financiera de un país. Y en este terreno, Bolivia tiene algo que mostrar: a febrero de 2025, la deuda externa representa solo el 24% del PIB, el nivel más bajo en los últimos nueve años. Este dato no es menor si se considera que en 2020 —cuando Luis Arce asumió la presidencia— la deuda se encontraba en un preocupante 33%.
Este descenso de nueve puntos porcentuales no es fruto del azar. Es resultado de una política de endeudamiento cautelosa y estratégica, que ha privilegiado el financiamiento sostenible sin comprometer la soberanía económica del país. Sin embargo, no todo son buenas noticias. La gestión responsable del endeudamiento contrasta con una realidad política marcada por el estancamiento y el bloqueo legislativo.
Actualmente, la Asamblea Legislativa Plurinacional mantiene paralizada la aprobación de 16 créditos externos por un total de 1.849 millones de dólares. Estos fondos no están destinados a lujos ni gastos superfluos; son recursos etiquetados para inversión pública en infraestructura, salud, educación, energía y atención de desastres naturales. Es decir, proyectos que tienen un impacto directo en el bienestar cotidiano de los bolivianos y en el desarrollo equilibrado de las regiones.
Negarse a aprobar estos créditos es un acto de sabotaje político con consecuencias económicas concretas. Además de frenar proyectos clave, impide la llegada de divisas necesarias para sostener el consumo y la producción nacional. Paradójicamente, muchos de los actores políticos que hoy bloquean estos préstamos en nombre de una supuesta responsabilidad fiscal, prometen en campaña endeudarse con organismos como el FMI, una medida que en el pasado trajo condicionamientos severos y pérdida de soberanía económica.
El debate sobre el endeudamiento no debe estar guiado por intereses partidarios o electorales, sino por una visión de país. La deuda externa no es mala por sí misma; lo que importa es cómo se usa y bajo qué condiciones. Hoy, Bolivia tiene una oportunidad de acceder a créditos baratos, ágiles y con destino productivo, y no aprovecharla por mezquindades políticas es, en el fondo, un daño directo a las y los ciudadanos.
La economía no espera. Las necesidades tampoco. Mientras la política se enreda, el desarrollo se frena.
COMMENTS