Por: Martin Moreira Forma parte de la Red de Política Económico Boliviana Se dice con frecuencia que, en la China, si realmente odias a alguien, l
Por: Martin Moreira
Forma parte de la Red de Política Económico Boliviana
Se dice con frecuencia que, en la China, si realmente odias a alguien, lo maldices diciendo: “¡Que vivas en tiempos interesantes!”. Slavoj Žižek rescata esa ironía para recordarnos que los tiempos “interesantes” son, en realidad, tiempos de peligro: épocas de transición, de descomposición y recomposición del poder, donde las estructuras parecen tambalear y los discursos se desmoronan. En 2025, el mundo se encuentra precisamente allí: en el filo de una mutación histórica que ya no puede ser ignorada. “Bienvenidos a tiempos interesantes” , Slavoj Žižek
En medio de un mundo en tensión, donde las fronteras del poder se reconfiguran y la incertidumbre se convierte en norma, Bolivia enfrenta su propio dilema. Tras la politización y la falta de consenso dentro de la izquierda, se abrió paso a los liberales, quienes —con promesas seductoras y espejismos bien presentados— lograron conquistar el voto del bloque popular. La pregunta ahora es: ¿cómo adaptarse a un nuevo orden sin perder la vocación soberana?
Como ya deja entrever Rodrigo Paz, su inclinación hacia una dependencia del poder norteamericano que conlleva inevitablemente una servidumbre política y económica implícita. En la mirada de Žižek, en su texto ¡Bienvenidos a tiempos interesantes!, cada alineamiento es también una forma de deseo: la tentación de refugiarse en un nuevo amo ante la incertidumbre del caos. Bolivia no puede —ni debe— renunciar a su autonomía ni entregarse por completo a modelos ajenos que podrían desmantelar el camino avanzado.
El desafío consiste en construir una visión que vaya más allá de la mirada liberal de Paz, que considera que la única respuesta está en Estados Unidos. Bolivia debe mantener su vocación multipolar: cooperar con Europa sin romper con los BRICS, fortalecer sus vínculos con China y convertir el litio, los minerales estratégicos y las tierras raras en palancas para transformar el país y avanzar hacia una nueva fase de desarrollo. Solo así podrá industrializar su economía, garantizar la sostenibilidad y consolidar herramientas que le permitan negociar de igual a igual en un mundo que busca nuevos equilibrios.
La multipolaridad, en este sentido, se presenta como una oportunidad: un escenario en el que todos los actores pueden dialogar en condiciones horizontales, sin imposiciones ni chantajes, y lejos de las viejas prácticas de dominación que Estados Unidos encarna bajo el liderazgo del desarmado y violento Trump.
El mundo en tensión
La geopolítica contemporánea ha dejado de ser un tablero estático para convertirse en un organismo nervioso. Las tensiones entre Estados Unidos, China y Rusia atraviesan cada espacio de la economía, desde la energía hasta los microchips. El conflicto en Ucrania se ha convertido en una guerra prolongada que erosiona la confianza global, mientras Oriente Medio vive un ciclo de violencia intermitente que amenaza con reconfigurar todo el equilibrio energético del planeta.
El cambio climático, con sus desastres cada vez más frecuentes, añade una capa adicional de inestabilidad: incendios, sequías, desplazamientos masivos. El mundo no se desordena sólo por decisiones humanas, sino también por la reacción del propio planeta ante siglos de abuso. En este contexto, las economías intentan reinventarse, los bancos centrales luchan contra una inflación estructural y el comercio internacional busca nuevos ejes: la digitalización, la inteligencia artificial, las energías limpias.
Pero bajo esta superficie de innovación hay una batalla silenciosa por el poder financiero. El dólar estadounidense, aún hegemónico, enfrenta el ascenso estratégico del yuan digital, que permite a China construir un sistema financiero paralelo. Los BRICS y varios países de Asia y África ya operan parte de su comercio fuera del circuito SWIFT, erosionando lentamente el dominio del dólar. Lo que emerge es un orden multipolar en construcción, aún incierto, donde las monedas, los datos y la energía son las nuevas armas.
Bolivia y el fin del modelo tradicional
En este escenario global, Bolivia transita también su propio cambio de época. El modelo económico que sostuvo el crecimiento durante casi dos décadas —basado en la nacionalización, la redistribución y el impulso del Estado como motor de desarrollo— comienza a enfrentarse a los límites de un entorno externo adverso. La transición energética, la volatilidad del gas y la competencia internacional por los minerales críticos (como el litio) obligan a repensar la estrategia productiva y comercial del país.
No se trata solo de ajustar cifras, sino de redefinir un paradigma: pasar de una economía primario-exportadora a una economía industrial, tecnológica y diversificada. Pero todo viraje implica riesgos. El Estado debe equilibrar la estabilidad social con la apertura a nuevas alianzas económicas, especialmente en un mundo que ya no tiene centros fijos de poder.
¿Virar hacia Estados Unidos?
La pregunta que flota en el aire —y que muchos actores políticos y económicos formulan en voz baja— es si Bolivia debería, en este momento, fortalecer sus vínculos con Estados Unidos. La respuesta no es sencilla. En el corto plazo, una relación comercial más estrecha con Washington podría atraer inversiones, pero al mismo tiempo implicaría un alto riesgo de condicionamiento político e injerencia económica.
En el contexto del llamado friendshoring, América Latina adquiere un valor estratégico para Estados Unidos: es una región cercana, rica en recursos y con potencial logístico frente a las disrupciones del mercado asiático. Sin embargo, desde una mirada geopolítica, Bolivia resulta más valiosa para Estados Unidos de lo que Estados Unidos puede serlo para Bolivia. Nuestro país debe comprender que depender del Norte solo reproduciría viejas asimetrías, justo cuando el mundo avanza hacia un nuevo equilibrio multipolar en el que las naciones buscan diversificar sus alianzas y ejercer su soberanía real.
Sin embargo, depender de un solo polo de poder siempre conlleva una servidumbre política implícita. En la mirada de Žižek, cada alineamiento es también una forma de deseo: la tentación de refugiarse en un nuevo amo ante la incertidumbre del caos. Bolivia no puede —ni debe— renunciar a su vocación soberana, ni entregarse por completo a un modelo ajeno. El reto está en diseñar una diplomacia inteligente, que dialogue con Estados Unidos sin renunciar a China, que coopere con Europa sin romper con los BRICS, que use el litio y la transición verde como palanca de negociación global.
Entre el riesgo y la oportunidad
El cambio de modelo en Bolivia ocurre, paradójicamente, en el peor y en el mejor momento posible. En el peor, porque el mundo vive una tensión económica y política que puede desbordar incluso a las potencias más estables. Pero también en el mejor, porque justamente en esos “tiempos interesantes” se abren las grietas por donde puede filtrarse un nuevo futuro.
Bolivia, con sus recursos, su estabilidad relativa y su potencial industrial, puede convertirse en un actor bisagra en la nueva geopolítica de los minerales estratégicos. El litio, el cobre, el gas y la biodiversidad no son ya solo materias primas: son poder geoeconómico. Pero ese poder se disipa si no se lo acompaña con visión tecnológica, educación y diplomacia económica de largo alcance.
El destino en tiempos interesantes
Žižek diría que lo verdaderamente peligroso no es el caos, sino la ilusión del orden. Vivimos en un mundo donde los viejos equilibrios ya no existen, y donde toda nación que intente permanecer inmóvil quedará atrapada en la irrelevancia. Bolivia, por tanto, debe asumir su propio “tiempo interesante” como una oportunidad para reinventarse: sin nostalgias, sin miedo, pero con lucidez.
El dilema no es virar o no hacia Estados Unidos. El dilema es si el país puede sostener una política exterior soberana en un mundo que empuja a elegir bandos. En esa tensión —entre autonomía y alianza, entre pragmatismo y identidad— se jugará el destino del nuevo modelo boliviano. Porque en tiempos interesantes, la neutralidad no existe: o se piensa estratégicamente, o se es pensado por otros
Pintura: August Friedrich Schenck – Angustia


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