Las encuestas como armas políticas: el fraude invisible en la democracia

Las encuestas como armas políticas: el fraude invisible en la democracia

MovimimnetoPor Martin Moreira Forma parte de la Red Boliviana de Economía Política Las encuestas juegan un rol político en América Latina y en e

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MovimimnetoPor Martin Moreira

Forma parte de la Red Boliviana de Economía Política

Las encuestas juegan un rol político en América Latina y en especial en Bolivia han dejado de ser simples herramientas de medición de la opinión pública para convertirse en instrumentos de manipulación estadística con un alto impacto en la democracia y la economía. Lejos de limitarse a errores técnicos, muchos de estos sondeos parecen responder a estrategias planificadas para moldear la percepción ciudadana, favorecer narrativas mediáticas y orientar el voto, especialmente en momentos electorales decisivos. En Bolivia, casos como los de 2019 y 2020 mostraron desvíos sistemáticos de hasta 10 puntos respecto a los resultados reales, evidenciando la alianza entre consultoras, medios y actores políticos para instalar “ganadores” y desplazar a competidores mediante la presión psicológica del llamado voto útil. Este fenómeno, además de distorsionar la voluntad popular, puede alterar el clima económico, afectando la confianza de inversionistas, la estabilidad financiera y la proyección de crecimiento de un país.

En la última década, la comparación entre los resultados reales de las contiendas electorales en América Latina y las proyecciones publicadas por las principales empresas encuestadoras de la región revela un patrón preocupante: diferencias de hasta 20 o 30 puntos porcentuales en algunos casos, y no precisamente de manera accidental. ¿Estamos ante simples errores metodológicos o frente a una manipulación planificada? La respuesta, a la luz de la evidencia, parece inclinarse hacia lo segundo.

En Bolivia, las elecciones de 2019 y 2020 fueron ejemplos claros: ninguna encuestadora comercial se acercó con precisión, y todas erraron por al menos 10 puntos. Sin embargo, la ciudadanía continúa otorgándoles credibilidad. Parte de la explicación radica en que los medios de comunicación —no pocos con intereses políticos definidos— actúan en colusión con estas “encuestadoras tragamonedas”, difundiendo datos que no pretenden reflejar la realidad, sino instalar una narrativa. La inclusión de cifras con dos decimales, como si se tratara de un laboratorio de física nuclear, no es más que un truco para aparentar rigor. Detrás de cada número hay un margen de error que, honestamente aplicado, haría imposible asegurar diferencias mínimas entre candidatos.

Un ejemplo reciente ilustra el punto: en una encuesta publicada por El Deber, Tuto Quiroga aparecía con 24,45% y Samuel Doria Medina con 23,64%. Aplicando el margen de error del 4%, cualquiera de los dos podría estar entre 22% y 26%. Es decir, las posiciones podrían invertirse sin que eso contradiga la estadística. Pero el titular del medio no fue “Empate técnico” o “Resultados dentro del margen de error”, sino “Tuto Quiroga supera por primera vez a Samuel Doria Medina en intención de voto”. Ese es el verdadero objetivo: moldear la percepción para que el elector asuma que hay un “ganador” en ascenso y que sumarse a su tendencia es lo lógico.

Las encuestas, más allá de su supuesta función estadística, se han convertido en instrumentos de ingeniería electoral. Se utilizan como piezas dentro de un guion en el que los medios, los financistas y las consultoras tienen roles bien definidos. Doria Medina, señalado como uno de los principales financiadores de estudios en Bolivia, es un ejemplo de cómo las encuestas pueden transformarse en armas políticas disfrazadas de ciencia social.

En este contexto, vale recordar que la influencia psicológica de una encuesta no es menor. En muchos países, precisamente por ello, se prohíbe su difusión durante una o dos semanas antes de las elecciones. La razón es clara: la teoría indica que buena parte del electorado decide su voto en ese período crítico. Cuando un sondeo proclama un liderazgo, está ejerciendo presión sobre el votante indeciso y alimentando el llamado “voto útil”, una profecía autocumplida en la que las expectativas fabricadas terminan moldeando la realidad.

Pero el problema no es solo político; también es económico. Un clima electoral manipulado puede influir directamente en los indicadores clave: confianza del consumidor, inversión interna y externa, comportamiento del tipo de cambio y flujo de capitales. En Bolivia, donde la estabilidad macroeconómica ha sido un activo estratégico para proteger las reservas internacionales, las campañas de manipulación mediática pueden erosionar la percepción de solidez institucional, afectar la calificación de riesgo país y, en última instancia, golpear el crecimiento. Un electorado inducido hacia opciones que generan incertidumbre también genera señales negativas para los mercados.

Por eso, la estafa de las encuestas no es solo un atentado contra la transparencia democrática, sino también un riesgo latente para la estabilidad económica. La ciudadanía debe exigir mayor rigor metodológico, transparencia en el financiamiento y responsabilidad en la difusión. De lo contrario, seguiremos permitiendo que un puñado de consultoras y medios, con intereses bien alineados, fabriquen realidades políticas y distorsionen las decisiones de millones de personas, comprometiendo no solo el rumbo electoral, sino también el futuro económico del país.

 

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